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HISTÓRICO
Milicias, el "plan pistola" en el Cauca
  • Milicias, el "plan pistola" en el Cauca | Hernán Vanegas | Los policías de Corinto, Caloto, Miranda, Toribío y Caldono temen morir bajo el "plan pistola" implementado por las Farc. Los milicianos se movilizan en moto y son los que dan información al sexto frente para cometer actos violentos.
    Milicias, el "plan pistola" en el Cauca | Hernán Vanegas | Los policías de Corinto, Caloto, Miranda, Toribío y Caldono temen morir bajo el "plan pistola" implementado por las Farc. Los milicianos se movilizan en moto y son los que dan información al sexto frente para cometer actos violentos.
Javier Alexander Macías | Publicado

Después del segundo disparo, Lucía se desplomó sobre el piso gris, de cemento, en la sala de su casa. Quedó boca abajo, como sus otras dos hermanas que buscaron refugio de las balas.

No habían pasado tres minutos desde que guerrilleros del frente sexto de las Farc se apostaron en las viviendas aledañas a la cancha de fútbol y dispararon contra los policías que custodiaban 250 millones de pesos traídos al Banco Agrario en helicóptero. Ese trágico primero de marzo de 2011 murieron en Caloto (Cauca), cuatro agentes y dos civiles.

"Los guerrilleros llegaron desde temprano. Como había tanto soldado, porque ese día hacían un consejo de seguridad, se pusieron el camuflado y se quedaron por ahí, disfrazados. Luego se fueron hacia las terrazas y cuando las autoridades se bajaron con la plata, les dispararon en los pies. Acto seguido se bajaron y los remataron", recuerda un caloteño, quien no borra de su memoria la forma en que el funcionario del banco pedía que no lo mataran, pero los guerrilleros lo ejecutaron, como a los policías.

En la casa amarilla que bordea la esquina, de portones cafés oscuros, frente a la cancha, un diminuto hilo de sangre delataba que Lucía, víctima de una bala perdida de fusil, había dejado huérfana a una niña de 8 años.

"La llamaba pero no me contestaba. De pronto vi cuando le salía sangre. La llevamos al hospital, pero no sobrevivió", cuenta su hermana Aída, a quien hace un mes el dolor le carcome el alma por la muerte de Lucía.

"Acá no pasa nada"
Episodios como el de Lucía, entretejidos en balaceras y atentados y camuflados entre el miedo y la zozobra, son el drama que acompaña a los habitantes de Caloto. Es como si la muerte, aseñorada, vestida de negro, rondara por este pueblo, a los pies de la cordillera Central, a la caza del que se descuide.

El último hecho se presentó el viernes, cuando la guerrilla hostigó desde el corregimiento El Palo y el avión fantasma de la Fuerza Aérea escupió fuego sobre las montañas. Los campesinos solo tuvieron la opción de sacar banderas blancas y esconderse, evitando que un proyectil acabara su existencia.

Pese a estos hechos y otros como la desactivación de un carrobomba en El Palo el 28 de marzo de 2011 y una granada que hace 15 días fue tirada al comando de Policía desde una motocicleta, y que solo dejó su rastro en una casa y en la calle, el teniente Andrés Angarita, comandante de la estación de Policía de Caloto, asegura que en esta población "todo está en calma".

"Hemos hecho un trabajo exitoso a raíz de la tecnología y la red de cooperantes. Hace tiempo no pasa nada. Tenemos esto controlado", asevera el teniente, cuya cara lampiña delata sus escasos 30 años de edad, la misma línea de tiempo por la que transitan sus subalternos.

"Pasan más cosas en otras ciudades como Medellín o Bogotá. Lo que pasa es que nos tienen estigmatizados", dice Angarita.

Pero la alerta en la que viven los uniformados refleja que las cosas no son tan tranquilas en la población.

"Uno tiene que estar pilas, porque esos manes (los guerrilleros) pasan en moto y te disparan. Hace poco uno de los compañeros salió para su casa y se le acercó un tipo y le disparó por la espalda", dice un agente, quien teme que el plan pistola implementado por las Farc en Caloto y en otros municipios del norte del Cauca, le quite la vida en una de las calles de la localidad.

Una guerra de milicias
Lo primero que puede observarse al llegar a Corinto es el pequeño cerro de La Cruz. Pero no hay crucifijo. Solo dos antenas de telefonía celular y un puñado de parroquianos que se desplaza, por lo general, en moto, lo cual da un aire de tranquilidad a este poblado del norte del Cauca.

Sin embargo, esa tranquilidad es nula, porque desde aquel cerro llamado tambien El Tablón, en la mitad de Corinto, las milicias urbanas del sexto frente de las Farc han hecho mucho daño a la población. En esta colina, el 11 de noviembre de 2009, murieron nueve militares en una emboscada de las Farc.

Y es que el conflicto armado ha tomado otros matices. En esta nueva etapa de la guerra, las milicias "son los ojos y sentidos de las Farc", como afirma el coronel Mario Beltrán, comandante operativo No. 3 de la Tercera Brigada del Ejército.

Gracias a la información de los milicianos, comandos de Policía, como el de Toribío, reciben casi un ataque semanal, y este municipio entre 1983 y lo que va del 2011, ha recibido más de 500 hostigamientos y 13 tomas guerrilleras.

"Aquí la guerra se desarrolla con las milicias, porque la gente encuadrillada y uniformada es poca. Por ejemplo, si hay 200 guerrilleros encuadrillados, tengo 1.500 milicianos que tienen la capacidad de uniformarse, de pelear, de poner bombas; después se ponen de civil y agarran el machetico y siguen trabajando. Ellos son muy importantes porque son los que pasan la información", explica Beltrán.

Estas mismas milicias operan en Caloto, Corinto, Miranda, Caldono, Toribío, el corregimiento El Palo, Tacueyó y por varias carreteras del norte del Cauca.

Es tal la tensión generada por la presencia de las milicias que en ocasiones soldados y policías de Corinto se abstienen de dar un paso sin mirar dos veces, porque "de una nos atacan".

El general Leonardo Barrero, comandante de la III División del Ejército, indica que "también estamos tras la pista de ellos (milicias), porque en eso se ha convertido la guerra" y señala que entre enero y marzo, mediante trabajos de inteligencia militar, se han identificado 981 milicianos de las Farc, los cuales están en procesos de individualización y judicialización.

Una guerrilla generacional
Hablar de la guerrilla, o tan solo preguntar por ella, en pueblos como Corinto, Caloto, Toribío y otros de la región norte del Cauca, es ganarse miradas despectivas y actos descorteses.

De las Farc no se habla, y menos en la zona donde Miguel Ángel Pascuas, alias "Sargento Pascuas", sembró junto a Manuel Marulanda Vélez o "Tirofijo", las primeras guerrillas, hace más de 50 años.

"Acá hay gente que apoya a los guerrilleros. Esto es de generaciones. Ellos viven en el pueblo y por eso es difícil de identificar", dice uno de los soldados en Corinto.

El alcalde de esta municipalidad, Gilberto Muñoz Colorado, también reconoce la presencia de las Farc desde hace más de 50 años, pero agrega que "son regiones que han sido abandonadas por el Gobierno central. He insistido mucho en que se debe hacer inversión social porque solo utilizando la fuerza no se va a lograr el cambio".

Con respecto al conflicto, Muñoz asevera que "ha habido algunos enfrentamientos a nivel rural pero en la zona urbana diría que hay una tensa tranquilidad. No quiere decir que haya desaparecido el conflicto".

El porqué del conflicto
La imponencia y lo inexplorado de las montañas, sumado a los diferentes pisos térmicos y la ausencia en algunos lugares de las autoridades (como en Tacueyó), ha hecho que el sexto frente de las Farc se anide en los alrededores de la cordillera Central.

Esta cadena montañosa, hostil, rodeada de grandes fuentes de agua y diversidad, de caminos empedrados y algunos en mal estado, ha permitido que después de El Palo (Caloto) y hasta Toribío, pasando por Tacueyó, la Fuerza Pública sufra constantes ataques. La razón: desde cualquiera de los morros que bordean estos cañones selváticos, un francotirador puede "bajarse" a un soldado.

Pero, además, se ha convertido en el corredor por el que el frente sexto de las Farc saca, hacia el Pacífico, toda la coca y la marihuana cultivadas en estas laderas y en veredas como La Cominera, "donde los cultivos de marihuana se ven en cada tramo y los campesinos la cultivan y secan en los patios y terrazas de sus viviendas y parcelas".

El general Beltrán señala que pese al debilitamiento del sexto frente, "este sigue operando. Acá se llena de plata para botarle a 'Cano' y a los frentes que están arriba. Este frente es el centro financiero de las Farc".

Beltrán señala que ese corredor ha sido frenado por el accionar de la Fuerza Pública, "lo que ha generado esas acciones terroristas que son como coletazos".

"Se han decomisado 23 toneladas de marihuana y se han destruido 25 cristalizaderos. Para las Farc los invernaderos son una fuente de trabajo, pues de ahí obtienen recursos por el cobro de extorsiones o mediante la vigilancia de los mismos. Lo que les cerramos con las incautaciones representaba, en el mercado negro de las ciudades del país, casi 130.000 millones de pesos. Cada kilo de marihuana 'cripa' vale 7 millones de pesos", explica Beltrán.

Para evitar que los campesinos de los municipios del norte del Cauca sigan sembrando marihuana y coca, el Ejército, con la ayuda de los gobiernos locales, ha buscado otras opciones para reemplazar los cultivos ilícitos.

"Hemos invertido más de 8.000 millones de pesos en cultivos de fresa, cacao, mora y otros productos como la panela, la cual compramos en los batallones. Esta es una forma de ganar el conflicto", dice Borrero.

La resistencia indígena
En esas mismas montañas, enclavados en cañones y selvas, están los tres resguardos indígenas de San Francisco, Toribío y Tacueyó.

Llevan en ese territorio años, tantos que dicen que no se pueden contar porque "están allí desde la creación de los tiempos".

Sin embargo, hace 50 años el conflicto llegó a los terrenos indígenas y como afirma Miller Correa, gobernador del resguardo de Tacueyó, "nos ha hecho mucho daño".

"Acá los grupos armados engañan a los jóvenes. A veces les dan galletas o les ofrecen un banano como pago para que digan dónde está el uno o el otro. También han reclutado. Nosotros no tenemos nada qué ver en el conflicto y buscamos es la autonomía de nuestros territorios en paz", comenta Miller.

"El problema empezó cuando el hombre profanó la planta sagrada (la hoja de coca). La utilizó para lo que no era y desde ese momento llegaron los problemas", dice un indígena en Tacueyó.

Para resguardarse de las balas, los indígenas crearon la Asamblea Permanente, un lugar demarcado con banderas blancas y que los actores armados deben respetar.

"No pertenecemos a la guerrilla como nos señalan del Gobierno. El indígena que ingresa a las filas de la insurgencia, lo expulsamos. Queremos vivir en paz y tranquilos", indica otro indígena del cabildo de Toribío.

En las montañas de la cordillera Central vuelven y suenan los cañones. Son más de 50 años en los que los habitantes "vemos cruzar en las noches las luces de los tiros de fusil como si fueran luciérnagas". Las explosiones en las montañas los obligan a taparse los oídos. Por momentos la guerra parece haberse vuelto tan común que algunos parecen ciegos ante la presencia de la guerrilla y el conflicto en estos territorios.

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